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    Tiene más de ochenta años y es muy guapa. Los años y las arrugas dan belleza a algunas mujeres. Aunque quizás lo que más las embellece sea la dignidad.
     Lleva el pelo corto y ahuecado. Los viernes va a la peluquería del barrio. Podría ir cualquier día porque su tiempo le pertenece pero así el domingo está curiosa para la misa de doce, que ya se sabe que la gente se fija todavía en esas cosas. El resto de la semana se pone esos tubitos que le alejan el escaso pelo teñido de castaño del cuero cabelludo. ¡ Ay, si algunas ideas pudieran alejarse de su cabeza con la misma facilidad!
      Viste de azul marino, que no de negro. Y en la silla vacía a su derecha ha dejado un bolso beige, bueno, de esos de marca,  que ya dicen sus hijos que bien lo merece. Se juntaron para comprárselo como se juntan ahora para celebrar lo que sea, cuando la prisa les deja.
      Ha llegado y ha pedido un café con leche. Ha pedido el periódico de la casa y se ha quitado la gabardina, para dejársela sobre los hombros, porque a partir de cierta edad, las corrientes son traicioneras. 
      Empieza el periódico por atrás, por los artículos de opinión. Hojea la sección de cultura. Lee los titulares. Y mientras, mueve los labios y sigue unas líneas prietas y de letra pequeña con un dedo ligeramente torcido, por la artrosis o la vida. Murmura mientras lee. Asiente. Niega.
     La otra tarde, ayudando a la nieta más pequeña, la que ya esperaba nadie, a hacer los deberes, la niña le dijo que no se leia moviendo los labios y siguiendo la línea con el dedo. De murmurar no dijo nada. Ya...hija...ya...
      Pasa hojas que no le interesan nada mientra revuelve una y otra vez el café. No le ha echado apenas azúcar. La edad y la costumbre. Ella no es de sacarinas y sucedáneos. Lo poco que toma, que sea de verdad.
      Bebe un sorbo muy caliente, como le gusta y se detiene en las esquelas. Sus labios, ya grana, vuelven a cobrar vida y pronuncia nombres propios, apellidos y apodos. Busca localidades y barrios. Suspira y se relajan sus hombros. Una tarde tranquila.
      Mira el reloj de pulsera y se sorprende de la velocidad a la que se va el tiempo. Apura el café. La niña está al salir de su clase de Inglés, una clase moderna en la que hace manualidades mientras chapurrea en esa lengua. Mientras mete los brazos en las mangas de la gabardina, comprueba que dentro del bolso esté la bolsita de cuadros con la merienda. Y sale de la  cafetería bien derecha. Tan guapa.

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